“La esperanza no defrauda”
Rm 5, 5
El Jubileo 2025 nos invita a sumergirnos en el profundo misterio de nuestra fe cristiana, en el corazón de esta misma habita la esperanza cristiana, virtud que no es simplemente un deseo superficial de tiempos mejores, sino una certeza enraizada en Cristo, el Vencedor del mundo. Este Año Santo nos llama a renovar nuestro caminar como peregrinos, abrazando el gozo y el desafío de ser testigos visibles de la esperanza en una humanidad pérdida que, con frecuencia, transita por sendas de incertidumbre, soledad, desconfianza, egoísmos y hasta de sentido.

La importancia de ser peregrinos de la esperanza.
La palabra “Peregrino” resuena con fuerza en nuestra historia de fe. Desde Abrahán (llamado nuestro padre en la fe), que obedeció al llamado a Dios para salir de su tierra, hasta el pueblo de Israel que peregrinó por el desierto hacia la tierra prometida, y los primeros cristianos que se aventuraron por caminos desconocidos llevando la Buena Nueva. Ser peregrinos implica una actitud de movimiento y de confianza. El Jubileo nos recuerda que nuestra vida misma es una peregrinación hacia el encuentro definitivo con el Padre.
Un dato curioso del Jubileo es su origen histórico: la tradición de celebrarlo cada 25 años comenzó en 1300 con el Papa Bonifacio VIII, quien proclamó el primer Año Santo invitando a los fieles a peregrinar a Roma y obtener indulgencias. Desde entonces, los jubileos han sido momentos clave para renovar la fe y la unidad de la Iglesia, manteniendo siempre viva la esperanza en medio de los desafíos de cada época.
Ser peregrinos de la esperanza significa caminar, no con resignación y mucho menos con nostalgia, sino, por el contrario, con la alegría de saber que Aquel que prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos es fiel. En un mundo donde las crisis sociales, económicas y ecológicas generan desánimo, los cristianos estamos llamados a ser testigos de una esperanza que no defrauda, porque tiene sus raíces en el amor de Dios (cf. Rm 5, 5).

¿Por qué la esperanza es tan necesaria hoy?
Vivimos tiempos de grandes cambios y profundas heridas: las guerras, la desigualdad, el cambio climático, la soledad y la indiferencia parecen oscurecer un poco nuestro panorama. En este contexto, la esperanza se presenta como un faro que ilumina las tinieblas y orienta nuestros pasos hacia una civilización del amor y la justicia.
El Papa Francisco, al convocar este “año de gracia” bajo el lema: “Peregrinos de la esperanza”, nos llama a no dejar que el desaliento o la indiferencia paralicen nuestro corazón. La esperanza es necesaria porque nos impulsa a construir, a tender puentes, a ser artesanos de paz y custodios de la creación. Es un acto profundo de resistencia contra la cultura del descarte y el egoísmo.
¿Cómo vivir el Jubileo en lo cotidiano?
- La oración y el perdón: Propiciar espacios para la reflexión personal e íntima con Dios. Transparentar esa fe con nuestros hermanos, es una forma contundente de mostrar que la misericordia transforma.
- Solidaridad activa: En tiempos de crisis, compartir con los más necesitados no es solo una obra de caridad, sino un testimonio de fe en que Dios provee y cuida de todos.
- Ecología integral: Vivir el compromiso con la Casa Común, adoptando estilos de vida sencillos y sostenibles, es una forma de renovar nuestra relación con la creación y con las futuras generaciones.
- Evangelizar con alegría: La esperanza también se contagio. Ser testigos alegres y cercanos pueden inspirar a otros a buscar y encontrar a Cristo.
La poesía de la esperanza
La esperanza tiene también un lenguaje poético, porque toca las fibras más profundas del alma. Es como un río que fluye silencioso y constante, llevando vida donde hay sequía. Es la melodía que el Espíritu Santo susurra en medio del ruido del mundo. Cuando somos peregrinos de la esperanza, aprendemos a leer la presencia de Dios en los pequeños signos: el abrazo de un amigo, el perdón sincero, una sonrisa amable, la belleza de un amanecer o una palabra amiga que consuela.
Para concluir, el Jubileo de 2025 es una oportunidad única para redescubrirnos como peregrinos que caminan hacia la plenitud, sostenidos por la esperanza que Cristo nos ha dado. En cada paso, llevamos en el corazón la certeza de que no estamos solos. Con nuestros ojos fijos en Jesús y nuestras manos abiertas al servicio de los demás, seremos verdaderamente luz y sal en el mundo.
Que este Año Santo sea un tiempo de gracia, renovación y compromiso para construir un futuro donde la esperanza sea el puente que nos una como hermanos.
¡Adelante, peregrinos, porque el Señor ya ha vencido!