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¿Puede Dios sufrir?

¿Puede Dios sufrir?

Paulinas Colombia |

Esta cuestión cobra especial relevancia en el contexto de la Jornada Mundial del Enfermo, donde nos confrontamos con el misterio del dolor humano y el consuelo divino. El sufrimiento es una experiencia que a todos nos afecta en sus diversas manifestaciones y hasta podríamos decir que es inherente al ser humano, pero al mismo tiempo podemos afirmar que en estas situaciones de dolor: ¡No estamos solos! Hay un Dios que camina y sufre con nosotros , incluso en aquellos momentos que nos pareciera que Dios no atiende a nuestro clamor y guarda silencio.

Dios y el sufrimiento en la Sagrada Escritura

La Biblia nos revela un Dios que no es indiferente al sufrimiento humano. En el Antiguo Testamento, Dios se presenta como un Padre que escucha el clamor de su pueblo. En el libro del Éxodo, Dios dice a Moisés:  "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor... conozco sus sufrimientos" (cf. Ex 3,7). Esta expresión no es solo una observación distante, sino una implicación profunda: Dios se hace cercano a quienes padecen dolor, sus entrañas se conmueven ante la aflicción de sus criaturas.
En el Nuevo Testamento, esta cercanía de Dios con el sufrimiento se hace plena en Jesucristo. En Jesús, Dios no solo ve y escucha el dolor, sino que lo asume en su propia carne. El Evangelio de Juan nos recuerda que "Jesús lloró" ante la tumba de su amigo Lázaro (cf. Jn 11,35). Es el Dios que llora, el Dios que se conmueve hasta lo más profundo de su ser ante el sufrimiento humano. No es un Dios insensible, sino uno que se implica en nuestra fragilidad.

Jesús, al recorrer los caminos de Palestina, sanaba a los enfermos y consolaba a los afligidos. Su compasión no era solo un sentimiento, sino una acción concreta. El Evangelio de Mateo nos dice: "Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor" (cf. Mt 9,36). En Él, Dios muestra su rostro más tierno, compasivo y cercano.

El rostro misericordioso de Dios en los padres de la Iglesia

Los primeros teólogos cristianos también abordaron esta cuestión. San Agustín afirmaba que Dios, en su divinidad, es impasible (no sufre), pero en Cristo asume nuestra condición humana y experimenta el dolor. San Ireneo de Lyon destacaba que Dios "se hizo hombre para que el hombre pudiera unirse a Dios", mostrando así que su compasión no es una debilidad, sino una expresión suprema de amor.
San Gregorio Nacianceno escribió: "Lo que no es asumido, no puede ser redimido". En otras palabras, si Cristo no hubiera sufrido, nuestra humanidad herida no podría haber sido sanada. Es en la Cruz donde el amor y el sufrimiento divino se encuentran: Dios no sufre por necesidad, sino por su inmensa misericordia, que se traduce, en un “amor hasta el extremo” (cf. 13, 1).

San Juan Crisóstomo, por su parte, enfatizaba que la misericordia de Dios es activa. No se trata de una simple emoción, sino de una respuesta real al sufrimiento. Para él, la compasión de Dios se manifiesta en la cercanía a los pobres, a los enfermos ya los desvalidos. Dios no es un espectador distante del dolor humano, sino un Padre que lo carga sobre sus hombros.

El Papa Francisco y la compasión de Dios

El Papa Francisco ha insistido en la ternura y la misericordia de Dios, especialmente hacia los que sufren. En una de sus homilías, afirmó: "Dios no es indiferente, tiene compasión y sufre con nosotros. Es un Padre que nos lleva en su corazón". En su carta encíclica Evangelii Gaudium, el Papa nos invita a "tocar la carne sufriente de Cristo en el rostro de los enfermos".

Dios nos consuela, no con una solución fácil, sino con su presencia amorosa. Francisco destaca que la compasión es más que una emoción pasajera; es un compromiso real con el que sufre. Como Iglesia, estamos llamados a ser "hospitales de campaña", lugares donde el amor de Dios se hace cercano a los más vulnerables.
En su encíclica Fratelli Tutti, Francisco nos exhorta a no dar la espalda al dolor ajeno. "Nadie puede enfrentarse solo a la vida. Necesitamos una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos mutuamente a mirar hacia adelante". La fe nos llama a encarnar esta cercanía de Dios en nuestras propias vidas.

Un Dios que nos acompaña en el dolor.

La Jornada Mundial del Enfermo nos recuerda que no estamos solos en nuestro sufrimiento. Dios, en Jesús, ha experimentado el dolor, la angustia y la muerte, y desde su resurrección nos ofrece esperanza. El sufrimiento nunca tiene la última palabra cuando está habitado por el amor.

En cada hospital, en cada habitación de un enfermo, en cada lágrima derramada, Dios está presente. No como un ser lejano, sino como el Amigo que nos sostiene, consuela y fortalece. Como creyentes, estamos llamados a reflejar esa misericordia con nuestra presencia, nuestras palabras y nuestras obras.

Los santos han sido testigos de esta realidad. Santa Teresa de Calcuta veía en cada enfermo el rostro de Cristo sufriente y decía: "El mayor sufrimiento no es el dolor físico, sino el sentirse no amado". La ternura de Dios se expresa en cada gesto de compasión que ofrecemos a los demás.

Que esta jornada nos ayude a redescubrir el rostro compasivo de Dios ya ser testigos de su amor entre los que sufren. Que en cada enfermo podamos ver a Cristo y que, en cada acto de amor, manifestemos el corazón misericordioso de nuestro Dios.

Para obtener la salud

Espíritu Santo, creador y renovador de todas las cosas, vida de mi vida, con María Santísima te adoro, te doy gracias, te amo.
Tú, que eres dador de vida y vivificas todo el universo, consérvame la salud, líbrame de las enfermedades que la amenazan y de todos los males que la acosan.
Con la ayuda de tu gracia, prometo usar siempre mis fuerzas para gloria tuya, para mi propio bien y para servir a los hermanos.
Te pido así mismo que iluminas con tus dones de ciencia e inteligencia a los médicos ya todos los que se dedican al cuidado de los enfermos, para que descubran las verdaderas causas de los males que acosan y amenazan la vida, y encuentren y apliquen los remedios más eficaces para defenderla y sanarla.
Virgen Santísima, madre de la vida y salud de los enfermos, a ti confió mi humilde oración. Dígnate, Madre de Dios y madre nuestra, acompáñala con tu poderosa intercesión. 
Amén.


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