Un tiempo especial para aprender a abrazar la cruz como Jesús
La Cuaresma es un tiempo de conversión, de preparación para la gran celebración de la Pascua. En este camino cuaresmal, la meditación del santo vía crucis ocupa un lugar central, pues nos permite acompañar a Cristo en su pasión, entender el significado profundo de su sacrificio y renovar nuestra vida cristiana. Jesús mismo nos dice: “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere da, mucho fruto” (Jn 12, 24). En este misterio de muerte y resurrección encontramos el sentido profundo del vía crucis y su importancia para nuestra vida.

El camino de la cruz nos ayuda a contemplar el amor incondicional de Cristo, quien, con su entrega total, nos llena de esperanza con su resurrección. En la Cuaresma, este ejercicio espiritual nos lleva a una profunda conversión del corazón, ayudándonos a reconocer nuestras caídas ya experimentar la misericordia divina. A través de las estaciones, recordamos como Jesús fue condenado, cargó con la cruz, cayó, fue ayudado por Simón de Cirene, encontró a su madre y fue crucificado, entregando su espíritu en el acto supremo de amor y obediencia al Padre.
Sin embargo, la pasión de Cristo no es el final de la historia. No tengamos miedo, porque Jesús ha vencido la muerte y ha resucitado. No está en el sepulcro, ¡está vivo! Esta es la gran noticia que debemos anunciar a nuestros pueblos. El vía crucis no solo nos lleva a meditar sobre el sufrimiento de Cristo, sino que nos lleva a reconocerlo en nuestra propia existencia, en nuestras familias y en nuestra sociedad. Nos recuerda que el dolor y la cruz no son el destino final, sino el paso necesario hacia la vida en plenitud. Es un llamado a la esperanza ya la confianza en el poder redentor de Dios.
Este mensaje de esperanza es urgente. Nuestro pueblo, marcado por el sufrimiento de la violencia, el desplazamiento forzado, la pobreza y la injusticia, necesita encontrar en el vía crucis un camino de luz. Cada estación refleja la realidad que vivimos: Cristo es condenado a muerte cuando nuestra sociedad vulnera la dignidad de tantos inocentes; carga con la cruz cuando el peso de la corrupción, la falta de oportunidades y el dolor de las víctimas se hace insoportable; Cae una y otra vez como caen aquellos que luchan por una vida mejor, pero son abatidos por la desigualdad y la indiferencia.
Sin embargo, en medio de estas cruces, el camino de la cruz nos recuerda que no estamos solos. Como Simón de Cirene ayudó a Jesús a cargar la cruz, también nosotros estamos llamados a ser apoyo para nuestros hermanos más vulnerables. Como la Verónica limpió su rostro, estamos invitados a ser rostros de ternura y misericordia en un mundo herido. María, al pie de la cruz, nos enseña la fidelidad y el amor que no se rinde. En cada estación descubrimos que el dolor compartido se transforma en esperanza y que la cruz no es el final, sino el camino a la resurrección.

El encuentro con el Resucitado transforma nuestra existencia. Como discípulos, estamos llamados a buscarlo sin desfallecer, en la Palabra, en la Eucaristía y en todos los sacramentos. El santo vía crucis es, entonces, un itinerario que nos enseña a cargar nuestra cruz con amor, sabiendo que, unidos a Cristo, nuestra vida dará fruto abundante. Cada vez que meditamos sus estaciones, reafirmamos nuestra fe en los cielos nuevos y la tierra nueva que Él nos promete. Así como María estuvo junto a Jesús hasta el final, acompañándolo en su dolor, también nosotros estamos llamados a acompañar a quienes sufren hoy en día, a ser presencia viva de amor y misericordia en el mundo.
Desde una óptica Paulina, este camino de la cruz nos interpela a ser comunicadores de la Buena Nueva, como san Pablo, quien no dudó en anunciar a Cristo crucificado y resucitado. Pablo entendió que la cruz es el centro del Evangelio y la fuente de salvación para todo el que cree. En el camino de la cruz encontramos la pedagogía del amor que impulsa nuestra misión evangelizadora a través de los medios y la cultura contemporánea. Ahora bien, cada uno de nosotros, estamos llamados a ser testigos del Resucitado con audacia, creatividad y una profunda pasión por la Palabra, llevando su luz a todos los rincones del mundo. Nuestra misión es proclamar que Cristo ha vencido la muerte y que en Él encontramos la verdadera vida.
Siguiendo el ejemplo de san Pablo, debemos hacer que la cruz de Cristo sea conocida y amada, transformando nuestras propias vidas y las de quienes nos rodean con el poder de su resurrección.
El vía crucis es, por tanto, una invitación a caminar con Cristo en nuestra propia realidad. Nos llama a mirar nuestras heridas con fe, a cargar nuestras cruces con esperanza ya no desfallecer en la búsqueda del Resucitado. En nuestras comunidades, en las calles, en los campos y en las ciudades de nuestro País, el mensaje del Vía Crucis es un llamado a la reconciliación, a la justicia ya la paz. Es la certeza de que el amor es más fuerte que el odio, que la vida vence a la muerte y que, con Cristo, todo sufrimiento unido puede transformarse en redención.
Es muy importante recordar que el camino de la cruz no es solo un acto devocional, sino un camino de transformación y esperanza. La Cuaresma, nos ayuda a preparar el corazón para la Pascua, renovando nuestra fe y compromiso cristiano. En nuestra vida cotidiana, nos recuerda que el sufrimiento unido a Cristo nos conduce a la gloria de la resurrección. Caminemos con Él, confiando en su promesa de vida nueva y abundante. Como nos enseña san Pablo, llevemos con valentía el mensaje de la Cruz, sabiendo que en ella está la fuente de nuestra salvación y la certeza de que Cristo vive y reina por siempre.
Para concluir, recordamos las palabras del Papa Francisco, quien nos invita a vivir este tiempo con una profunda disposición interior, en la oración, la reflexión y la alegría. Esta última virtud podría parecernos inesperadamente, ya que solemos asociar este tiempo litúrgico con la nostalgia y la penitencia. Sin embargo, el Papa nos dice: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”.
No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque "nadie queda excluida de la alegría reportada por el Señor". Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos”.
Libro recomendado:
Monseñor Luis José Rueda Aparacio. Viacrucis. Caminemos con Jesús al encuentro del hermano. Bogotá: Paulinas, 2023.