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Ser fuertes en la debilidad

Ser fuertes en la debilidad

Paulinas Colombia |

Cada 7 de abril, el mundo entero es llamado a reflexionar sobre la importancia de la salud y el bienestar de todas las personas. El Día Mundial de la Salud, instituido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1948, este día es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con el cuidado de la vida y la dignidad de cada persona. Es un día muy especial para hacer hincapié en la necesidad de garantizar el acceso igualitario en la atención médica, la prevención de enfermedades, la importancia de acompañar y cuidar a quienes se encuentran en este estado y la promoción de un estilo de vida saludable para todos.

La salud es un don y una responsabilidad. No es solo la ausencia de enfermedad, sino un estado integral de bienestar físico, mental y espiritual. Como creyentes, estamos llamados a acoger el don de la salud desde una perspectiva de fe, comprendiendo que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo y que el cuidado de la vida es una expresión del amor de Dios.

La enfermedad: un misterio en la vida humana

La enfermedad es un misterio que atraviesa la existencia humana como una tormenta inesperada. Nos enfrenta con nuestra fragilidad, con los linderos de la vida y la muerte. No discrimina edades, ni posiciones sociales; llega como una sombra que nos recuerda que somos barro en las manos del Alfarero. 

Sin embargo, en este barro palpita el aliento divino. La enfermedad no es el fin, sino un umbral hacia una comprensión más honda del amor. Jesús nos enseñó que en el dolor se esconde un camino de redención. No es un castigo, sino una oportunidad para ser sostenidos, para experimentar la ternura de Dios a través de quienes nos aman y cuidan. 

Hoy en día, la medicina ha avanzado enormemente, pero la enfermedad sigue siendo un desafío. El cáncer, las enfermedades crónicas, las pandemias recientes nos han revelado nuestra vulnerabilidad, pero también la grandeza del Espíritu humano que lucha, crea, se adapta y sigue adelante con fe y esperanza. 

Jesús y el sufrimiento humano: un Dios que toca las llagas

En los tiempos de Jesús, la enfermedad era una marca de exclusión. Los leprosos, los ciegos, los paralíticos eran considerados impuros. Pero Cristo, el Médico del alma y del cuerpo, rompió esas cadenas. Tocó al leproso, sanó al ciego, levantó al paralítico, llamó a la vida a Lázaro. Jesús no solo curó dolencias, restauró corazones, rompió esquemas y construyó puentes de fraternidad y misericordia.

Su mirada tenía la capacidad de atravesar el alma, de ir más allá de los síntomas; veía la soledad, el miedo, la desesperanza, el odio y el rencor. Por eso, sus milagros no fueron sólo signos de poder, sino gestos de amor que devolvían dignidad. Jesús nos enseñó que, ante la persona enferma, la única respuesta es la compasión activa, esa que se inclina y levanta, que lava heridas y abraza sin miedo. 

En la cruz, Cristo asumió el dolor humano en su totalidad. Desde el abandono hasta la agonía, mostró que el sufrimiento no es en vano. Su resurrección es la certeza de que la enfermedad y el dolor nunca tienen la última palabra. 

El enfermo: Sacramento de rostro sufriente de Cristo

La enfermedad nos despoja, nos coloca en las manos de otros, nos hace vulnerables. Pero en esa vulnerabilidad hay un espacio sagrado donde Dios actúa con una fuerza nueva. Bienaventurados los que sufren con fe, porque en su carne llevan las llagas del Redentor.

El enfermo es un sacramento viviente del rostro sufriente de Cristo. En él, Dios nos espera para que seamos sus manos y su voz. No es sólo objeto de cuidado, sino sujeto de gracia. Su dolor, unido a la cruz, se convierte en intercesión silenciosa por el mundo. 

La enfermedad puede ser un camino de purificación y encuentro con Dios. Muchos santos han descubierto en su fragilidad una oportunidad para abrazar más intensamente el amor divino. La fe transforma el sufrimiento en ofrenda, en oración, en gracia. 

El arte de acompañar: un misterio de presencia y amor

Acompañar a un enfermo es entrar en un santuario. No es solo suministrar medicamentos u ofrecer palabras de consuelo apresuradas. Es estar, con todos el ser, sin prisa, sin temor. 

La persona enferma no necesita de discursos vacíos ni promesas inciertas. Necesita presencia. Alguien que le tome la mano cuando el miedo asoma, que le sonría cuando el dolor parezca insoportable, que le asegure que no está solo. Acompañar es aprender a habitar en el silencio, a llorar juntos, a sostener la esperanza cuando esta parece desvanecerse. 

La pastoral de la salud es una misión urgente. La Iglesia, con sus capellanes, voluntarios y ministros extraordinarios de la comunión, tiene la tarea de llevar la luz de Cristo a hospitales, clínicas y hogares. Ser presencia es ser reflejo del amor de Dios. 

Los samaritanos de hoy: La misión del personal de salud

Médicos, enfermeros, terapeutas, capellanes, voluntarios. Todos ellos son samaritanos modernos que, con su ciencia y su corazón, alivian las heridas del mundo. Son los Cirineos que ayudan a llevar la cruz del dolor. Su labor no es solo un trabajo, es una vocación de servicio y entrega.

En sus manos late el milagro de la vida, en sus ojos debe reflejarse la misericordia. La Iglesia les agradece y ora por ellos, para que nunca pierdan la humanidad en su labor, para que vean en cada paciente un hermano, para que su cansancio sea sostenido por la gracia.

La gratitud hacia el personal de salud debe manifestarse en apoyo real: condiciones laborales dignas, acceso a recursos adecuados y reconocimiento de su sacrificio. Cuidar a quienes nos cuidan es también un acto de justicia y amor.

La oración: bálsamo y puente de esperanza

Cuando las fuerzas humanas se agotan, la oración es el refugio. Orar en la enfermedad es confiar, es entregarse, es descansar en los brazos del Padre. La oración del enfermo tiene un poder inmenso; es el incienso que sube al cielo y toca el corazón de Dios.

Pero también es tarea nuestra orar por aquellos que sufren en la fragilidad con la enfermedad. La Iglesia nos enseña que la intercesión es un acto de amor poderoso. Jesús nos prometió que donde dos o más se reunieran en su nombre, Él estaría en medio (Mt 18, 20). La oración comunitaria por los enfermos es un río de gracia que trae consuelo y fortaleza.

Un llamado a la misericordia y la intercesión

En este Día Mundial de la Salud, estamos llamados a ser testigos de la esperanza y la compasión. A mirar con ojos nuevos a quienes sufren. A ofrecer nuestras manos para servir, nuestro corazón para amar, nuestras rodillas para orar.

Como un recurso de fe y consuelo, recomendamos el Devocionario para orar por los enfermos, una fuente de oración y fortaleza para quienes enfrentan la enfermedad y para aquellos que los acompañan con amor y esperanza.

Que esta jornada nos inspire a ser signos de amor y sanación, recordando que cada persona enferma es Cristo que nos llama. Y que, con la Virgen María, sigamos orando con fe, porque la última palabra en nuestra vida siempre la tiene Dios, y su palabra es amor y vida eterna.

 

 

 

 

 

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