19 de abril

“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida” 

(Jn 6, 52-59)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El alimento de vida, narrado por el evangelista Juan, en el texto que hoy proclamamos se vuelve problemático porque entre los oyentes de Jesús que es la multitud, el texto señala que estaban los judíos, para quienes “comer la carne” que Jesús les da no es posible; la experiencia que vivirían en la Pascua, según lo había señalado el evangelista, les era familiar según la carne del cordero pascual, propio de la tradición de la cena judía.

Sin embargo, san Juan ha iniciado la narración del Evangelio afirmando: “y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros; y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como unigénito, lleno de gracia y de verdad”. Por tanto, Jesús se está presentando consecuentemente a la comunidad como lo que él es, Palabra hecha carne. Unida a esta experiencia Juan narrará más adelante la cena del Señor, memorial que hemos recordado en la celebración de la Cena del Señor, donde Jesús se ha dado en la forma del pan como verdadera carne, por tanto, siguiendo la unidad del Evangelio según la afirmación: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida”, es consecuencia del seguimiento al Maestro.

Para la lógica judía era problemático escuchar esta afirmación de Jesús como judío y la interpretación literal escuchada por sus oyentes, identificados por el autor sagrado, sirve de pretexto para colocar en la continuidad del discurso que se ha venido desarrollando en todo el capítulo 6 sobre la auténtica identidad de Jesús, quien siendo enviado por el Padre tiene en sí mismo, a través del alimento de su cuerpo y de su sangre dar la vida eterna, porque el Padre y el Hijo cohabitan la eternidad: “Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que come vivirá por mí”.

 

Reflexionemos: El misterio del Padre y del Hijo, en la comunión del pan de vida, que viene dado para la eternidad es un don del cual hacemos memorial de vida hoy a través de la Eucaristía, me pregunto si verdaderamente creo en estas revelaciones de fe.

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, el pan de tu cuerpo y el vino de tu sangre son los dones de tu presencia entre nosotros y con nosotros hoy. Concédeme Padre, que el memorial del cuerpo y la sangre de tu Hijo sean luz y alimento de mi vida, gozo de la eternidad sin fin. Amén.

 

Actuemos: ¿Soy consciente al celebrar la Eucaristía que me alimento de las fuentes de la Palabra y la Eucaristía, como una única mesa, donde soy invitada a comer el pan de la carne?

 

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